Una nación que sustente como uno de sus principales y más codiciados valores a la capacidad de “ser vivo”, deja librado al azar su futuro y hace una apuesta peligrosa: dejar de lado a las personas honestas, a aquellos cuya integridad le impide alcanzar algunas metas tan fácilmente como los “vivos profesionales”
Los que hacen de la picardía una forma de supervivencia han sido retratados por la literatura en las más diversas culturas del mundo: desde Loki, el hijo de Odín de la saga mítica nórdica, que más que malvado era travieso. O el dios Hermes de la mitología helénica.
El Lazarillo de Tormes, más adelante en el tiempo, era un típico pícaro de la Edad Moderna, sobreviviendo en las calles.
En nuestro país, Mauricio Gómez Herrera, el personaje de Payró de las Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, fue el vivo argentino por definición pero también quedó en la memoria colectiva el derrochador playboy Isidoro Cañones (imagen), tratando de sacar ventaja de la candidez de su tío millonario y de su ahijado Patoruzú.
Esa picardía, esa viveza definida por la respuesta rápida, por el repentismo, el contrapunto de la payada, que muchas veces se adjudica a la necesidad del inmigrante de salir adelante, de aprovechar la ocasión, se transformó en una acuarela descolorida cuando pasó de la fantasía, del sainete, de la Revista porteña a la realidad de una Nación de identidad variopinta que buscaba un perfil propio.
El vivo va rápido. Responde rápido. Y llega rápido a las conclusiones, dejando en el camino objeciones y consecuencias.
En ese proceso se burla de la inteligencia, que va lenta pero segura, a la que hay que esperar, mientras “se desaprovechan las oportunidades”.
Marco Denevi, hace muchos años, diferenciaba al estúpido, al vivo y al inteligente por la dinámica de sus acciones. Ésta es nula en el estúpido, agitada en el vivo y lenta en el inteligente. Se supone que la actitud del estúpido, como lo denuncia su etimología, es la del latín “estupere”: detenerse, y no hacer.
El vivo agita las aguas, coloca parches y zafa del momento.
Estos vivos pueden enfrentar las consecuencias prácticas de lo que ocurre e inclusive depositar la culpa en otro y ganar tiempo, pero nunca logran terminar con el problema.
Como una de las capacidades de los vivos es la de simular brillantez con golpes de efecto u oportunismo, en natural que lleguen a ocupar puestos destacados.
Toda comunidad define sus prioridades en el marco de un perfil moral y estas definiciones determinan no sólo hacia adonde va sino también que caminos recorre para ir.
Cuando una comunidad incorpora a su escala de valores, en un lugar privilegiado, a la viveza antes que a la honestidad o al trabajo nos transparenta una manera de ser y de sentir.
“Éste es un vivo bárbaro”, festejamos. El que saca ventaja. El rápido, el que pega primero, el que hace la más fácil.
Y también el que evade los impuestos y esquiva a la AFIP mencionando como un logro la hazaña. El que roba al Estado en un supuesto delito sin víctimas. El que te engaña con el peso de la balanza, el mecánico que saca combustible del tanque de nafta del auto de su cliente, el que te hace la rabona del potrero con el vuelto, el que se cuela en el cine, el que exporta papas y las mezcla con piedras para que pesen más, el que te vende un envase de un kilo y cuando pesás el contenido te encontrás con que son 900 gramos.
El que usa el poder para enriquecerse, para favorecer a los amigos, para especular en el Mercado Bursátil, para usar información privilegiada que le permita hacer negocios inmobiliarios.
El que recibe beneficios del Estado que no merece, el del country que se cuelga de la luz aunque no necesite hacerlo, el que no paga impuestos esperando una moratoria, el que exhibe su vida de lujos mal habidos porque sabe que será impune.
Entonces, el vivo cotiza en bolsa.
Y es el valor al que aspirar, el modelo a seguir.
No será el honesto, porque pierde. No será el trabajador, porque se puede conseguir lo mismo sin esfuerzo, no será el solidario porque lo que importa es uno y no los demás.
Importa uno. El vivo.
Una Nación no puede construirse desde el descarado individualismo porque ya pierde su carácter de sustantivo colectivo.
Nada cambia si no cambiamos y enseñamos a nuestros hijos a elegir el camino correcto, que al margen de la tendencia política creo que debe ser el de la honestidad, la fraternidad, el trabajo, el esfuerzo, la tenacidad, la libertad, el amor en todas sus manifestaciones.
Entonces dejaremos de decir que este bendito, amado, soñado, sufrido país no tiene futuro.