“Voy a fabricar autos para el pueblo”, proclamó Henry Ford. No fue una consigna política demagógica. Tampoco una noble aspiración moral o filantrópica.
(Foto: escrache del empresario mostrando el ticket y la tarjeta con la que pagó la familia)
De cuna pobre, el inventor y empresario norteamericano quería hacerse rico y para lograrlo necesitaba muchos clientes, muchas ventas.
El automóvil ya había sido inventado a fines del siglo XIX, pero era un artículo de lujo, sólo accesible para millonarios. En Estados Unidos, como en el resto del mundo, a comienzos del siglo XX la mayoría de la población usaba caballos.
El salario promedio en Norteamérica era de 50 dólares mensuales, y la novedad motorizada costaba alrededor de dos mil dólares. Henry Ford bajó los costos creando el “Ford T” e implementando la producción en cadena. El modelo llegó a costar 360 dólares. Pero además, Henry Ford duplicó los ingresos de los trabajadores. La consecuencia fue que el auto podía ser comprado con menos de tres salarios.
Industrialización, laburantes con salarios altos. El pueblo obtuvo bienestar y el empresario riqueza.
Más de cien años después, en Argentina, Claudio Santorelli, dueño de una parrilla, escrachó por las redes a una familia que pagó lo que comieron con una tarjeta AUH. No le pidieron limosna, no le robaron. Como clientes, sólo abonaron el consumo (carísimo) de modo legal. La familia le incrementó su recaudación.
Este empresario argentino, de clase media, demuestra el asco a los pobres. Y la diferencia de mentalidad entre cierto pensamiento estúpido y excluyente argentino y el pragmático modo norteamericano.
Desconocemos si cuando Henry Ford dijo “Voy a fabricar autos para el pueblo”, le simpatizaban los pobres. Lo cierto es que le encontró el agujero al mate: ofreció a las mayorías un vehículo barato. La gente pudo comprarlo, anduvo en auto. Y él se hizo millonario.
ODIO A LOS POBRES
Con el título “Por qué la clase media argentina odia a los pobres”, Ernesto Bertoglio escribió: “el odio a los pobres (aporofobia) por parte de un sector de la clase media argentina, es una triste realidad. No se percibe, porque no se manifiesta a menudo explícitamente y las personas que están impregnadas de este odio no reconocen abiertamente que lo tienen. Solo de vez en cuando se hace visible con algunos conocidos insultos y agresiones, tales como “negros de m…”, “vagos de m…”, “hay que matarlos a todos”, “planeros”, etcétera. Esas expresiones tan escuchadas son la prueba más irrefutable del odio que ha enfermado a una parte de la sociedad argentina”