La violencia criminal aparece cuando fracasan las normas e instituciones. A diferencia de la agresividad, la violencia es consciente. Los ataques en manada contra alguien indefenso demuestran una decadente cultura masculina.
Los hombres con más de 45 años recuerdan que cuando sólo quedaba pelear – por honor, prestigio, virilidad – y agarrarse a las piñas, se trataba de un enfrentamiento uno a uno. Si alguien caía, significaba que había sido derrotado y se acababa la pelea. Era impensable para un varón aprovecharse del caído y patearlo en el suelo.
Los únicos que atacaban entre varios a uno solo eran los “milicos” o la “polecía”. Así lo describió José Hernández en el poema gaucho “Martín Fierro” (1872). El perseguido fue rodeado por diez uniformados. Y los enfrentó, dispuesto a morir peleando. Hasta que un sargento exclamó: “¡… Cruz no consiente/ que se cometa el delito/de matar ansí un valiente!”
Cien años después, los únicos que reiteraron el ataque en grupo a una persona sola fueron los “grupos de tareas”.
“Duelo criollo”
Herencia europea, las ofensas entre hombres se resolvían en un “duelo”. Con espada o pistola. A diferencia de los duelos entre aristócratas, los gauchos adaptaron el enfrentamiento con facón. Era el “duelo criollo”. En Europa, el desafío era “echando el guante”. Entre los gauchos, con la “mojada de oreja”: el retador pasaba la mano mojada con su saliva por una oreja del adversario.
Los duelos fueron parte de letras de tangos, como eternizados por la prosa de Jorge Luis Borges (“Hombre de la esquina rosada”) y Adolfo Bioy Casares (“El sueño de los héroes”)
Disolución
Seguramente la vieja práctica del duelo parezca salvaje. Empero, constituyó una institución masculina. Promediando el siglo pasado, los cuchillos fueron reemplazados por la pelea cuerpo a cuerpo, a puño limpio.
Allí debía demostrarse quien era “más macho”. Dos hombres se agarraban a las piñas. Cuando uno caía al suelo, todo terminaba. Muchas veces, los contendientes cerraban la disputa con unos tragos. Y hasta se convertían en grandes amigos.
Era una salvajada, pero era una institución masculina.
En Villa Gesell, la disolución de esta práctica mostró como la violencia criminal la reemplazó.
Cobarde, vergonzante, “de maricas”, hubiera sido un hombre pegándole a otro en el suelo. Y mucho más entre varios.
El asesinato de Fernando Báez demostró la patética caricatura de la masculinidad 2020.
Espejo
Jóvenes (y viejos) están excluídos de la sociedad. Los menores de 35 años son alrededor del 30 por ciento de la población argentina. Más de la mitad son pobres. Casi la cuarta parte estan desocupados. Entre quienes trabajan, la mayoría lo hace en negro, con sueldos ridículos. Una minoría cursa estudios superiores. Esta elite es en gran medida elitista y discriminatoria.
En general, la mayoría de las y los jóvenes, deambulan en la sociedad del espectáculo: “si no te miran, no existís” Entonces, la imagen lo es todo.
La imposición cultural es que hay que construirse un cuerpo. Es la cultura del gimnasio, de las pesas, de los anabólicos, de las dietas, de mirarse al espejo. Músculos, delgadez, fuerza, selfies, discriminación.
La agresividad es un instinto innato en los seres humanos, la cual puede ser regulada. La violencia es un producto humano, fruto de la socialización y la cultura.
El asesinato en Villa Gesell parece demostrar un modo de funcionamiento social que no son estos diez, ocho u once rugbiers. Ellos son la cruel, violenta expresión de una sociedad tarada.