“Señora, ¿nos alcanza la pelota?”, le pidió a poco más de veinte metros, respetuosamente, el pibe a la seria mujer mayor.
Doña Ana vio la esfera a un metro de ella y se le iluminaron los ojos opacos. Sus soledades, dolencias y preocupaciones desaparecieron al ver el balón. Y al mismo tiempo también pensó en ignorar el pedido del changuito, hacerse la tonta, que no escuchó.
Sin embargo, se sintió nena, con ganas de jugar; y el mundo, las convenciones, recatos y comportamientos acordes, desprendidos. Se dejó arrebatar, nuevamente el corazón fresco, como cuando besó con pasión.
Miró la pelota, su mente realizó cálculos veloces, estimando como y en donde asestar su pie derecho. Y pateó. El balón partió con potencia certera, elevándose, llegando a la cancha adonde los chicos esperaban.
“¡Fua! ¡Que patada señora!, ¡tiene que jugar para nosotros!”, exclamó admirado y agradecido el pibe. Doña Ana rio feliz. En segundos hecha niña.
Desde el potrero se escucharon exclamaciones de gratitud y admiración. Algunos ángeles aplaudieron. Y ella siguió su camino, rejuvenecida.
Si Román
Bellezas y encantos. Romances entre la pelota y sus amantes.
Sólo faltaba – para lograr la total popularidad del fútbol como juego, placer y pasión – que las chicas lo jueguen y amen. Entonces, más disfrutes, luchas y sinfonías en las canchas. Aunque – como quien escribe – sea un patadura enamorado del arte con las piernas, corazón y cabeza.
Este amor es admiración, reconocimiento, gratitud, a quienes nos dieron y dan sufrimientos y desbordantes alegrías. En una patria con tres grandes, como Maradona, Messi, Riquelme.
Gracias Román. Dios quiera que no manchen la pelota.