En pocos días será Navidad, una celebración sensible a la historia y a las tradiciones de la mayoría de las familias argentinas. Generalmente, esta suele ser una época para el balance personal y colectivo, para el reencuentro con los afectos y para la programación optimista del año y de la vida que se viene por delante.
Por Antonio Marocco
Este año, todo eso, todo lo que representa la Navidad y el Año Nuevo se encuentra atravesado por un nuevo clima de época. El flamante Gobierno liberal-libertario, como a ellos les gusta denominarse, ha propuesto un nuevo modelo de país que sacude hasta las más arraigadas convenciones de la sociedad argentina, desde lo político y económico hasta lo cultural y religioso. Tensiones, incertidumbre, discusiones.
Para muchos, será el desánimo o la impotencia el sentimiento predominante frente a lo que se viene. El pesimismo de la razón frente al optimismo de la esperanza que implican los nuevos comienzos.
Los días están cargados de animosidad. Algunos autocríticos y otros arrepentidos. Se siente la tensión en el ambiente. Los murmullos en las colas del supermercado, las conversaciones ansiosas entre compañeros de trabajo, las familias empezando a ajustarse. Todos abrochándose los cinturones.
No molesta la austeridad o el esfuerzo colectivo, está en el ADN de la identidad resiliente y humanista argentina.
Los argentinos sabemos de trabajo y sacrificio. Así fue la historia que le dio origen y sentido a nuestra Nación. La lucha de generaciones enteras por construir un Estado de Bienestar, justicia e igualdad de oportunidades para sus desendencias. Desde la independencia a la consolidación de la democracia republicana y liberal.
Así que no es la cuestión del esfuerzo, todo argentino está dispuesto a hacerlo. Lo que se discute es el propósito. Lo que indigna son los privilegios de quienes jamás hacen el esfuerzo y se enriquecen a costa de la austeridad popular. Porque los salarios de todos perdieron poder adquisitivo y en simultáneo la rentabilidad y la concentración económica creció como nunca. Si en los últimos ocho años los grandes jugadores de la economía reportaron ganancias extraordinarias, lo que pasó en los últimos 10 días fue meteórico. Ni hablar si contabilizamos la estatización de la deuda privada de las empresas importadoras que pagará toda la sociedad argentina.
No siempre…
Acaso alguna vez entenderemos que no siempre lo nuevo es sinónimo de bueno ni mucho menos de mejor. No siempre el cambio es un salto al futuro, a veces significa una vuelta al pasado. Basta con agarrar algún diario del 76, del 90 o del 2001.
No debemos caer en la tentación de romantizar la austeridad, pero sí tenemos la obligación de defender lo nuestro, lo que nos une y lo que nos da un propósito: una vida más justa y feliz para todos. Tenemos la obligación de defender la Navidad como ese símbolo del reencuentro con los amigos y la familia. Esa esperanza demencial, como decía Sábato, de que un mundo más humano está al alcance de nuestras manos. O como decía Benedetti:
Defender la alegría como una trinchera
Defenderla del caos y de las pesadillas
De la ajada miseria y de los miserables
De las ausencias breves y las definitivas.