A cuatro años del asesinato de Jimena Salas QUE NO PAREZCA UN ACCIDENTE

A cuatro años del asesinato de Jimena Salas  QUE NO PAREZCA UN ACCIDENTE

Pistas falsas, silencios y lavado de dinero parecen rodear el crimen. El mediodía del 27 de enero de 2017, en Vaqueros, cuarenta y un puñaladas acabaron con la vida de Jimena Salas. Presuntamente, el viudo ocultó “bienes espurios” en el hogar, los cuales se llevaron los asesinos. Una de las razones por las cuales está acusado de encubrir el crimen de la madre de sus hijas.

 

 

La saña y alevosía contra la joven madre podrían señalar el antiguo concepto de “crimen pasional”, o la acción de sicópatas o drogados. Los fiscales de entonces apuntaron, ridículamente, a un homicidio en ocasión de frustrado robo.

En la actualidad, la investigación se orienta a una ejecución prolijamente planeada. Producto de una organización criminal. Provista de ideólogos, sicarios, cómplices pesados y descartables. Capaz de sembrar pistas falsas y sepultar pruebas. Todo por mucho dinero.

Pero al principio se perdieron (¿por torpeza o mala intención?) precioso tiempo y valiosas pruebas. La rectificación del rumbo investigativo alumbró oscuridades, apuntó hacia sorpresivos sospechosos, pero poco pudo hacer con lo perdido.

En mayo de 2019, el recién nombrado procurador Abel Cornejo pateó el status quo y reemplazó a los fiscales Pablo Paz y Rodrigo González Miralpeix. La investigación la dirigen sus pares Ana Inés Salinas Odorisio y Gustavo Torres Rubelt. La principal hipótesis es que el brutal homicidio fue el resultado (¿colateral, premeditado?) de la búsqueda en la casa de Vaqueros de un maletín con plata y drogas.

Estaría determinado que el objetivo era el jugoso botín. Las dudas radican en si el asesinato formaba parte del plan criminal, presuntamente por encargo; o si se ejecutó como parte de la estrategia para confundir (medidas antiforenses)

 

Organización criminal

Para apoderarse del dinero y las drogas en la casa donde vivía Jimena fue necesario mucho más que ladrones comunes. Hubo que contar con información previa (inteligencia criminal), un mínimo de dos vehículos con choferes; personas simulando ser compasivos con un perro perdido; vendedores de sandalias artesanales; alarma hogareña desconectada; celulares descartables; cómplices con espacios de poder e impiadosos sicarios.

Todo dirigido por los ideólogos, los autores intelectuales. Tanto del apoderamiento del botín como del sangriento fin de Jimena. Incluso el asesinato pudo ser parte del plan para despistar a investigadores policiales y judiciales honestos. Comenzando con las 41 puñaladas. Y un celular arrojado cerca de la comisaría de Vaqueros. Hay que sumar la desaparición de pruebas fundamentales.

Fue probado que el viudo Nicolás Cajal, con el cadáver de la madre de sus hijas aún caliente, alteró la escena del crimen. Realizó sospechosas llamadas a una de sus amantes y a dos altos ejecutivos de la empresa Garbarino (donde trabaja), de Buenos Aires y Neuquén. Y logró que su amigo y ex compañero de rugby, el fiscal Pablo Paz, le autorizase la cremación del cuerpo. Como también el inicio de los trámites para cobrar el seguro de vida de Jimena (por casi un millón de pesos, en La Caja) No habían transcurrido ni 24 horas. Asimismo habría ocultado a la justicia informar acerca de la existencia del maletín con dinero y drogas.

La peor de las sospechas es que el asesinato apenas respondió al plan de plantar pistas equívocas. Los cómplices silencios alimentan, tenebrosamente, cuatro años de impunidad.

 

DINERO SUCIO

Los fiscales Salinas y Torres imputaron a Nicolás Federico Cajal Gauffin del delito de encubrimiento agravado (por homicidio triplemente calificado, con alevosía y ensañamiento y por precio o promesa remuneratoria). Entre las razones, se encuentran el supuesto ocultamiento a la justicia del origen de “bienes espurios”, escondidos en el hogar familiar. Asimismo, los aparentes movimientos “en negro” de grandes sumas de dinero. Cifras que excedían el ingreso del viudo. Como la contabilidad de la empresa.

 

FATAL MEDIA HORA

Nicolás Cajal se comunicó – mediante celular – con Jimena Salas a las 13.15 del 27 de enero de 2017. Ella estaba en su casa junto a sus hijas mellizas de tres años.  A las 13.45, Cajal dijo que encontró a su esposa asesinada y a las pequeñas encerradas en un baño de la casa. En media hora se consumó uno de los peores crímenes en Salta.

 

TIEMPO Y PRUEBAS PERDIDAS

En una investigación criminal, las acciones policiales y judiciales durante las primeras 24 horas son determinantes. Paradójicamente, el fiscal Pablo Paz, quien intervino inicialmente desde el 27 de enero de 2017, no ordenó la incomunicación o detención de Cajal. Tampoco el secuestro de sus pertenencias, ropas, automóvil, teléfonos y llaves. Otra imprescindible orden que no se dio fue la de realizar el operativo cerrojo, y de tal modo evitar la huida de los asesinos materiales. Lo cual ocurrió. La directiva que si efectúo Paz fue la de entregar prematuramente el cadáver de Jimena a su ex pareja. Para incinerarlo.

 

MIEDOS

Jimena Salas, de 44 años, era una mujer culta, tímida, discreta y lejana a relaciones o situaciones de riesgo. Sus inclinaciones artísticas la llevaron a la escritura amateur. Participaba de un taller literario dirigido por un reconocido escritor local. En sus escritos se habrían advertido pesares afectivos y miedos. La investigación victimológica habría descartado que estuviese involucrada en acciones delictivas o las conociese.

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