Desde la siesta del 27 de enero de 2017, la investigación penal y la justicia están en deuda con la sociedad salteña. Y cada uno de nosotros degusta el repulsivo sabor de la impunidad. Con asesinos sueltos.
Por Dario Illanes
Antes de las dos de la tarde del 27 de enero de 2017, en el living de su casa de Vaqueros y delante de sus dos hijas mellizas de 3 años, Jimena Salas fue masacrada mediante 57 puñaladas en su pequeña humanidad.
Así la encontró su esposo Nicolás Cajal, quien regresaba de su trabajo como gerente en la céntrica empresa Garbarino. Desde ese momento comienzan las escandalosas grietas, errores y horrores de la investigación.
El “ABC”, las normas básicas que conocen cualquier funcionario policial o judicial ante un asesinato es el resguardo de la escena del crimen, secuestrar todo lo que se encuentre cercano y demorar a quinees estén presentes, aunque sea el papa Francisco.
Poco de esto hizo el fiscal Pablo Paz.
De este modo, tal como lo enseñan los manuales básicos de Criminalística, fueron perdiéndose pruebas durante las valiosas primeras doce horas de pesquisa.
Un gran corazón
Jimena Salas tenía 44 años, era algo tímida, reservada y quienes la conocieron daba fe y remarcaron “su gran corazón” Los primeros indicios acerca de su personalidad (Victimología) señalan una persona de bajísimo riesgo. No había razones para que sea objeto de asesinato.
Por otra parte, según contó el propio viudo, en toda la casa no faltaba nada de valor. Dicho de otro modo, el cuadro era demencial. Significaba un que criminal psicópata había entrado a la casa, sin forzar nada, acorraló a una madre junto a sus nenas, para acuchillarla con saña e irse sin llevarse nada.
Prácticamente hay que remontarse a la ficción, como por ejemplo la saga de Fredy Kruger, para buscar algún antecedente.
“Vivienda entregada”
Viejos sabuesos consultados por Punto Uno comentaron que, de acuerdo a sus experiencias, se trató de “una vivienda entregada”. Y describieron que se encontraban ante un plan criminal.
En menos de media hora, dos hombres conmovieron a Jimena mostrándole un cachorro caniche supuestamente perdido; ingresaron a su domicilio, la sujetaron; ella logró defenderse con un cuchillo con el que estaba cocinando. Pero fue brutalmente asesinada. Mientras yacía tirada en su propia sangre, uno de los homicidas metió a las nenas en uno de los baños. Luego ambos se dirigieron al placard y extrajeron un maletín.
Aparentemente, de allí extrajeron drogas, dólares o ambas cosas.
Sobre la cama, quedó un alhajero abierto, con aritos artesanales. Al costado, en la pared, una caja fuerte ni siquiera rozada.
Desaparecieron los cuchillos. Tanto con el que se defendió Jimena como el o los usados por los sicarios.
Pruebas perdidas
Todo lo mencionado demanda una compleja logística criminal.
Varias personas, entregadores, vigiladores, choferes, sicarios; al menos dos vehículos de alta gama, celulares. Nada registrado. Las cámaras de seguridad y el sistema de alarma y videovigilancia de la vivienda, desactivadas.
El fiscal dejó en libertad de acción al viudo. Entregó el domicilio. Perdió tiempo de oro. El celular de Jimena apareció tirado cerca de la comisaría de Vaqueros, al norte de la escena de la crimen.
Y lo que fue peor, desde el punto de vista probatorio. Apresuradamente, el cadáver fue entregado para su cremación. Pruebas perdidas para siempre.
Estas fueron las primeras 24 horas del espantoso crimen y la horrorosa investigación.
(Continúa el sábado 22 de enero de 2022)