“Se quedaron callados y no supieron cómo empezar/ el diálogo que era necesario/ Las palabras fueron las primeras en crear divisiones/ en crear soledad” (Mark Strand, poeta canadiense)
Por Dario Illanes
Hablar o callar expresa lo que se piensa o se siente, tanto de uno como del otro. De tales modos se define, categoriza, clasifica, califica. Construyendo imágenes parciales de la realidad. Mirando desde la propia perspectiva, excluyendo. Creencias en vez de certezas.
Sobrevivimos entre diálogos rotos. En las relaciones de pareja, personales, vecinales, profesionales, políticas. Con el mal ejemplo de que, quienes deciden en empresas y gobiernos, no saben ni siquiera cómo comenzar a dialogar.
Las palabras y los silencios se amontonan. Agrandando divisiones. Ausencia de diálogo. Desde retazos, buscando ganar, imponer, derrotar.
Cuando hay conflicto, hablar o callar significa darse el crédito de humanizarse y deshumanizar al contrario. Caratulado como “malo”, deja de ser persona. Es cosa. Demonizado, se convierte en enemigo.
Es una manera emocional de ejercer poder y autoridad. De justificar, naturalizar, dominar desde los criterios personales.
Hablar, con el otro, no del otro, abre la posibilidad de encuentro. De relación desde las diferencias; de diálogo, de proximidad, de construcción colectiva.
Generalmente, quien no habla, calla, o habla (mal) del otro lo hace por miedos, inseguridades, ausencia de argumentos, odios. Sin diálogo es la violencia, la guerra, sorda o abierta.
El abandono de la vida, la humanidad, la civilización. Las crueles opciones de las tinieblas y la muerte.