Era un nene cuando aquella noche de sábado me enfrentaba a dos desafíos primerizos: votaría en una elección para presidente, y trabajaría como periodista para un gran medio de comunicación.
Había otro problema. En la pensión de diez cuartos en la calle Santa Rosa, en el cordobés barrio Alberdi, ninguno de los doce estudiantes dormía.
Para intentar tranquilizarme fui caminando la cuadra que me separaba hasta la plaza Colón ¡Peor! Guitarras, bombos, vecinos, universitarios, polleras, cantos, fiesta. Hasta los policías se hacían los tontos, ignorando la supuesta veda electoral.
“¡Viva Perón, Carajo!”, gritaba algún machado, y al costado respondían ¡”se va ´cabar, se va ´cabar, la dictadura militar!”. Y luego, resonaba “¡Alfonsín, Alfonsín!”
Nadie se peleaba.
A las siete de la mañana me levanté y desayuné unos mates con pan viejo. A las 7.30 salí a la calle y el domingo parecía un lunes a media mañana: colectivos y taxis llenos, mucha gente con paso apurado. Y al llegar a la primera de las cuatro escuelas, antes que abriesen las mesas electorales, una larga cola frente al lugar de votación.
Entrevisté a las primeras veinte personas. Cuatro de ellas, enfundadas en banderas rojas y blancas, aguardando en reposeras o banquitos de madera, me dijeron que estaban desde las cinco de la mañana.
- ¿Pero por qué tan temprano? – pregunté a Delia, de 53 años.
- (Sonriendo) ¡Vos sos una criatura! La última vez que voté fue hace diez años, y vinieron los milicos. Mejor me apuro no vaya a ser que se arrepientan…
Detrás de ella, estaba Mario. Ferroviario, de 62 años, peronista.
- ¡Tal como dice la buena moza!, perdón, la señora. ¡Sea al peronismo o a Alfonsín, hay que votar!
Las sonrisas y miradas que cruzaron preanunciaron alguna unidad.
Alegría
En 1983 ni en fantasía existían los celulares o notebooks. Cada dos horas debía ir a la Escuela Normal, pedir el teléfono en la dirección y hacer una crónica hablada de tres minutos, alrededor de 550 palabras, un ¾ de página A 4. Informar de modo entretenido. Sin lugar a titubeos, frases hechas, estupideces.
Me felicitaron por el trabajo. El lunes me enteré de que mis crónicas salieron tal cual, en la radio, la televisión y las reprodujo en parte el principal diario cordobés.
Había planeado votar a primera hora. Por origen familiar peronista, no debía dudar a quien elegir. Pero me dejé ganar por lo que iba viendo, escuchando, sintiendo. En el teléfono, transmití, desde mi ingenuidad, lo que veía, escuchaba, sentía.
El candidato del justicialismo parecía un viejo avinagrado. Y Alfonsín, un tío amigo. Además, el radical no era antiperonista. Quería democracia, unidad, paz. Era pueblo, alegría, esperanza. Inspiraba creer en él.
En Córdoba votó casi un 90% del padrón En el país, un hoy inalcanzable 86%.
Voté a las 18. Por Alfonsín.
A las 23 terminé mis crónicas. Fui a festejar. Todos habíamos ganado.