Sandra Serapio es una salteña radicada en Colombia. En Salta estudió Antropología. Con una perspectiva social y sensible, analizó para Norte Social la histórica victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez.
Por Sandra Serapio
(Imágenes gentileza de Andrea Puentes. Prensa Gustavo Petro)
Colombia eligió – por primera vez en dos siglos de historia – a un presidente y una vicepresidenta llegados desde abajo, forjados en las luchas populares. El llamado Pacto Histórico logró obtener la más alta votación presidencial y con la mayor participación de electores.
Gustavo Petro Urrego, economista de 62 años, nacido en Ciénaga de Oro (Córdoba, Colombia) tiene una larga trayectoria política que comenzó en su juventud como parte del movimiento insurgente 19 de abril (M-19). A raíz de su militancia fue encarcelado, torturado, exiliado, amenazado, destituido como alcalde y soportó un atentado hace cuatro años. Parte de su familia debió marcharse para resguardar su vida.
Sin embargo, nunca bajó los brazos y sucesivamente el pueblo lo colocó como concejal en su ciudad adoptiva Zipaquirá (la misma que educó a Gabriel García Márquez); representante a la Cámara; alcalde de Bogotá; senador de la República. Y ahora, presidente.
Esta era la tercera vez que se presentaba para alcanzar el solio de Bolívar (las anteriores fueron en 2010 y 2018).
Por su parte, Francia Márquez Mina, abogada de 40 años, será la primera mujer vicepresidenta negra, ambientalista y feminista. Nacida en un humilde hogar de un pueblo del Cauca, madre adolescente, tuvo que trabajar desde muy joven en la minería tradicional y como empleada doméstica.
Con mucho esfuerzo logró criar a sus hijos, cursó una tecnicatura y luego estudió Derecho en Cali. Siendo jovencita luchó en defensa del medio ambiente, lo que le significó el premio internacional Goldman, en 2018. Sufrió el racismo y la exclusión por su condición socioeconómica, y, por su militancia, amenazada y estigmatizada por los poderes.
Por distintos caminos, Gustavo y Francia se encontraron en una poderosa fórmula que propuso a los colombianos un cambio a favor de los derechos de las minorías. Juntos vencieron la campaña mediática en contra, orquestada por los sectores dominantes del país que manejan la banca, la industria, las exportaciones, los medios de comunicación y hasta las iglesias más conservadoras.
Juntos, pero también con millones de simpatizantes convencidos de que otra realidad era posible; que alguna vez “los nadies” podrían llegar a ser protagonistas.
Dos siglos
La victoria del Pacto Histórico tiene su semilla en dos siglos de lucha, de dolor, de tragedias repetidas, de fracasos, de caídas y renacimientos.
Colombia es un país que ostenta tristes registros en materia de persecución política y negación de las garantías democráticas: cinco candidatos presidenciales asesinados desde 1948 (Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro) y millones de víctimas entre desaparecidos, desplazados, asesinados y refugiados.
Desde los años 50 del siglo pasado surgieron distintos movimientos armados que disputaron el poder, y varios firmaron acuerdos de paz para desmovilizarse e ingresar a la vida civil y política (entre ellos, el M1-9 en 1990 y las FARC en 2016). Ninguno de estos acuerdos fue cumplido por el Estado, con lo que se perdieron más vidas y creció el escepticismo frente al ejercicio de la democracia en el país.
En suma, Colombia hasta ahora fue un país manejado por una oligarquía férrea que nunca cedió un milímetro de su poder. Concentrando en sus manos los recursos económicos y la violencia estatal y paraestatal para negar los derechos más básicos a las mayorías.
Alegría popular
Como un río que se ve calmo en la superficie pero corre por debajo, las luchas de los distintos sectores comenzaron a unificarse y a fructificar en hechos trascendentales en los últimos años. Si bien Petro perdió en 2018, abrió una ventana a la posibilidad real y cierta de comenzar a construir un nuevo amanecer.
La sangre vertida en los últimos doscientos años se transformó en el respaldo masivo de los colombianos y colombianas de los departamentos más castigados por la violencia.
Entre los antecedentes más cercanos que definieron esta importante participación en las elecciones (el voto no es obligatorio) se cuentan el paro nacional del 2019 (que cobró la vida del joven Dilan Cruz); la masacre ocurrida en 2020 en Bogotá y Soacha en plena pandemia; y el prolongado paro nacional del 2021, que dejó un saldo indeterminado de muertos y desaparecidos; cientos de jóvenes capturados y acusados de delitos gravísimos. Toda la represión desatada en medio de un contexto de pauperización e indigencia agravada por la pandemia, que fue pésimamente gestionada por el gobierno del presidente Iván Duque.
Esta acumulación de pobreza, violencia y represión al lado de una concentración económica y una descarada ostentación de los sectores dueños de todo, fue la base del gran apoyo popular a la propuesta programática de Gustavo Petro.
El ahora presidente electo citaba repetidamente a Gabriel García Márquez, proponiendo una segunda oportunidad sobre la tierra. Esta tiene como principales ejes la búsqueda de la paz completa; el respeto por la Madre Tierra y la consiguiente lucha contra el cambio climático y la transición hacia las energías limpias; la unidad en torno a garantizar los derechos básicos para todos y todas: acceso a agua potable y servicios básicos; educación gratuita y de calidad hasta la universidad; una nueva la ley de salud que priorice la vida y no el negocio; renta básica para los hogares más necesitados y pensión para los mayores; reforma tributaria progresiva; unidad latinoamericana y respeto entre las naciones; cambio en las políticas de lucha contra el narcotráfico.
En otro país tal vez estas propuestas no parezcan muy profundas, pero de lograrse en Colombia se conseguiría por primera vez vencer al hambre y la miseria, y ofrecer un futuro digno, de paz y de libertad para niños y jóvenes. Así esta sufrida nación podría salir del espiral de violencia permanente en que está sumida.
Buenos vientos
Hay muchísimos retos para el nuevo gobierno. Pero este ciclo comienza con buenos vientos: las felicitaciones y saludos de muchos gobernantes del mundo y de todo el espectro ideológico; la propuesta de unidad con los demás partidos políticos para lograr aprobar las leyes urgentes y necesarias; la comunicación del ELN en el sentido de reiniciar el diálogo interrumpido por Duque; la calma de los indicadores económicos a pesar de los mal intencionados augurios de los periodistas y operadores de la derecha.
Pero sobre todo, la alegría se ve y se siente en las calles. Los deseos de soñar un país bonito donde todos y todas tengan lugar, y el concepto de Francia Márquez que se repite como un mantra: “Vivir sabroso”, sintetiza quizá la sorpresa más inesperada de los últimos años en el continente.
Con esta esperanza y el corazón estrujado por los que no llegaron a ver este milagro popular, hoy gritamos junto a millones. ¡Qué viva Colombia, potencia mundial de la vida!