Un tribunal juzga de acuerdo al crimen cometido, a partir de acusaciones, basándose en el Código Penal, jurisprudencias y valoraciones propias.
Por Dario Illanes
Esta es la justicia que dictan. Las sentencias se limitan al ámbito legal y procesal descripto, sin consideraciones ajenas. Entonces, las demandas populares, cuando dicen “Justicia”, exceden los dictámenes sociales, morales, culturales, políticos de jueces y juezas.
El reclamo es legítimo. Pero, en los tiempos que corren, inalcanzable.
Como en el asesinato de Paola Ávila. Una joven madre, inmersa en las penurias de la pobreza, las adicciones, la violencia social. Cualquiera se da cuenta que los nueve acusados no pueden ser – todos- los asesinos. A lo sumo, cómplices. De ser pobres y adictos.
El juicio comenzó la semana anterior y se extenderá hasta el 18 de noviembre. El cuerpo de Ávila fue encontrado la mañana del 17 de enero de 2020, en un terreno baldío con una construcción abandonada, ubicada en el barrio Puerto Argentino de la ciudad de Salta. Al lado de su cabeza destrozada, un bloque de cemento. Le habían robado las zapatillas.
Los acusados son Pablo Guillermo Campos, Jorge Ignacio “Colita” Olmedo, Claudio Mario Herrera, Ezequiel Alejandro “Keco” Guzmán, Javier Alejandro Alfaro, Leonel Edgar Raúl Suárez, y Cristian Rubén “Lupín” Salas. También están imputadas por el mismo delito Gladys del Milagro Pastrana y Romina Gimena Bracamonte. Todos se abstuvieron de declarar. El rol de cada uno no fue especificado durante la primera audiencia.
“Todo el día falopeándose”
En momentos de indagar periodísticamente en el barrio donde apareció el cadáver de Paola Ávila, los vecinos coincidieron en destacar “Puerto Argentino es tierra de nadie, están todo el día falopeándose”
Para la mayoría, sobre todo madres, los problemas tenían que ver con la droga, y las soluciones demandadas a las autoridades: iluminación de calles y baldíos; desmalezamiento; urbanización; actividades sociales y deportivas. Y trabajo. “Así esto va a dejar de ser un aguantadero”, aseguraron.
A casi tres años del asesinato, poco y nada se ha hecho desde el Estado.
La degradación
“Violencias y consumos de drogas: abordajes desde las experiencias y procesos de individuación de jóvenes en barrios marginalizados” es la investigación conjunta de los doctores en Sociología Pablo Francisco Di Leo y Ana Clara Camarotti.
“La degradación subjetiva desencadena en muchos de los jóvenes procesos de lucha por el reconocimiento como sujetos”, dice uno de los párrafos. Y explica que niños y adolescentes se socializan entre la pobreza, falta de inserción laboral, educación precaria, violencias familiares, problemas con la justicia, discriminación; “lo que les genera frustración” y más violencia.
Otro de los conceptos de esta investigación es: “La violencia es, sin duda, un rasgo de nuestro peor orden, una manera por la cual se expone la vulnerabilidad humana hacia otros humanos de la forma más terrorífica, una manera por la cual somos entregados, sin control, a la voluntad de otro, la manera por la cual la vida misma puede ser borrada por la voluntad de otro”
Sostenerse en el mundo
Asimismo, el sociólogo peruano Danilo Martuccelli plantea la necesidad de un cambio de rumbo para la sociología del siglo XXI, teniendo como horizonte el estudio de las capacidades existenciales y sociales de la persona “para sostenerse en el mundo”.
Estos modos de sostenerse son afectivos, materiales y simbólicos “manifestados en sus biografías, a través de un entramado de vínculos con sus entornos sociales e institucionales”
Dice el sociólogo, incluido en la investigación argentina citada, “El grado de conciencia de los soportes es muy variable, estando condicionado por las desigualdades sociales más que por las capacidades de reflexividad de los individuos”
A modo de inacabado epílogo, concluyen los investigadores: “las drogas, tanto legales como ilegales, logran constituirse en productoras de vínculos de sociabilidad, como facilitadoras o canales de encuentro con sus pares. Por ende, debemos poder ampliar la mirada en torno a lo que ocurre en los espacios de encuentro de estos jóvenes –la esquina, el barrio, el club, la calle– sin negar u olvidar que éstos resultan altamente valorados y ´creíbles´ por ellos. Estos espacios funcionan como plataformas de transformación e interiorización de prácticas y normas juveniles, en una suerte de reconfiguración y particularización de lo normativo, en tanto permiten articular las experiencias subjetivas con otros saberes”