“Almita” (Nelson Matías Oliva, 19 años) era considerado “un chango buenito”. Contó haber cerrado un pacto con el diablo. Riqueza, mujeres, poder, a cambio de matar dos personas con buenos corazones. Cumplió su parte. Hoy tendría 44 años. Nunca fue encontrado.
A los veinte años, su vida era intrascendente. Pobre, sin futuro, novia ni talentos conocidos, pensó que hasta Dios lo ignoraba. Entonces se le ocurrió dirigirse al diablo. Leyó y aprendió de ritos satánicos y en donde y como negociar con el Mal. El diabólico contrato lo hizo cerca de la casa en donde vivía con su familia. En una supuesta salamanca ubicada en el Cerro Bola, zona sudeste de la ciudad de Salta.
Dentro de pocos días se cumplirán 24 años del brutal doble asesinato de Francisca Lamas, de 54 años y su hija discapacitada Mirta Liliana Lamas, de 27. Ambas entregadas a Jehová.
El 7 de julio de 1999, la Policía señaló a Nelson Matías Oliva, conocido como “Almita”, de haber matado con 17 puñaladas a las inofensivas mujeres. Hoy sería considerado un doble femicidio.
Los cadáveres fueron encontrados por Juan Marcelo Lamas, hijo de Francisca. El joven había regresado de un viaje al norte de la provincia, adonde fue para trabajar en el campo. Como ellas no respondieron a sus llamados, Juan se dirigió al fondo de la vivienda, en la manzana 202, sector “E”, casa 16, del barrio Norte Grande, e ingresó por una ventana.
Lo esperaba el espanto. Halló a su inválida madre tendida en el piso del baño, sobre un gran charco de sangre, muerta. Y a su hermana discapacitada sobre la cama ensangrentada, sin vida. La campera de Oliva se hallaba dentro de la vivienda de las mujeres.
“Cerro Bola”
La noche previa al doble homicidio, “Almita” estuvo en el barrio San Benito, en un cumpleaños. Inusitadamente extrovertido y parlanchín, contó que había hecho un “pacto con el diablo”. Narró haber realizado, de noche, un rito satánico en el “Cerro Bola”, cercano a Norte Grande. Incluyendo, allí, una repugnante profanación a una gruta católica.
Describió que Satanás se comprometió a darle diez años de una nueva existencia, con poder, dinero y placeres. A cambio, debía masacrar dos almas buenas. El pacto se renovaría tras década cumplida, matanzas mediante. De lo contrario, el jefe infernal se cobraría con su vida. Oliva dijo que ya había decidido quienes serían sus primeras víctimas.
Todos rieron, nadie le creyó, pensaron que “la macha” lo hacía delirar. Poco después desapareció de la fiesta.
Horas más tarde, “Almita” apareció en la casa de “Chato”. Le confesó haber cumplido con su parte del pacto. Según el amigo, Oliva aseguró: “Maté a la madre e hija Lamas”.
VEINTE AÑOS DE BÚSQUEDA
Durante veinte años, desde 1999 hasta 2019 – cuando prescribió la causa – infructuosas fueron las búsquedas de “Almita” por parte de los investigadores. Innumerables procedimientos se realizaron en la ciudad de Salta, el valle Calchaquí, norte provincial, Capital Federal, Gran Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, Bolivia, Chile y Paraguay. Con colaboración de las fuerzas locales. Sin ningún resultado.
FRUSTRACIÓN
Vicente Cordeyro era el director de Investigaciones de la Policía de Salta por entonces. Encabezó numerosas comisiones de búsqueda de “Almita”. El ahora ex jefe policial rememoró para Norte Social: “Desde la Jefatura ofrecimos a los efectivos premios y ascenso inmediato a quien diese con Oliva. Para muchos de nosotros era una obsesión, hicimos todo. Pero nunca ni siquiera un rastro… Para mí es una deuda, una frustración”
“ERA UN CHANGO BUENITO”
Estupefactos y conmocionados quedaron los vecinos de Norte Grande. Tanto al conocer los asesinatos como al sospechoso. “Él (Matías Oliva) era un chango buenito, tranquilo, calladito. No podíamos creer que hubiese matado a las pobres mujeres, menos que hizo un pacto con el diablo. Y encima, se hizo humo…”, contó C. vecino de “Almita”