La fría mañana del lunes 4 de mayo de 1998 – en la ciudad de Salta – Marcelo Torrico y Ariel Brandán secuestraron, drogaron, abusaron y asesinaron a Octavio y Melani Leguina, de 6 y 9 años. El “Ángel rubio” cumplió 25 años de prisión.
Perpetua fue la sentencia en diciembre de 1999. Pero la interpretación legal tiene biblioteca de uno y otro lado. Mínimo, 50 años, dice una perspectiva. Otra postula que con veinte años se puede conceder la libertad condicional. El asesino serial Robledo Puch lleva 51 años preso y hace cuatro meses le volvieron a denegar la salida de prisión.
En el caso de Marcelo Torrico, la jueza Ada Zunino – quien tomó el caso pues los jueces de Ejecución se excusaron – sostuvo que el condenado ya cumplió 25 años de castigo penal y le corresponde legalmente la libertad. La magistrada destacó que los informes penitenciarios, sociales y psicológicos del interno “son positivos” Pero aclaró que el asesino no pidió libertad condicional, “consciente del descontento popular que hay contra él”
Un año y medio después del aberrante crimen, la Brigada de Investigaciones encontró a Torrico. El 10 de diciembre de 1999, el tribunal presidido por Alberto Fleming, Susana Sálico de Martínez, Antonio Morosini y la secretaría Ana Gloria Moya condenó a reclusión perpetua y reclusión por tiempo indeterminado a los dos imputados. Culpables de rapto, drogadicción, violación de la nena y doble homicidio agravado por alevosía. La fiscal Graciela Herrera de Gudiño, sostuvo en su contundente alegato que el motivo del rapto fue “la satisfacción sexual de los acusados, y el asesinato fue un medio favorable para ocultar el crimen”.
El psiquiatra forense David Flores lo describió como “psicópata y sádico irreversible”. Narró que, como si fuera una travesura, narró la crueldad logrando que la defensora oficial Marcela Robles cayera desmayada. El profesional conocía a Torrico. En dos ocasiones previas tuvo que entrevistarlo por acusaciones de violaciones a dos nenas.
Octavio y Melani
Los niños salieron de la humilde casa del por entonces asentamiento en Alto La Viña a las 7 de la mañana. Tomaron el colectivo que los dejaba en la avenida Coronel Vidt y de allí debían desandar casi 9 cuadras para desayunar en “La casita de Belén”, en el barrio San José. Luego, a la escuela. Nunca llegaron.
A la mitad del trayecto, Torrico y Brandán interceptaron con un remis a Octavio y Melani y los secuestraron. Adentro del auto les hicieron inhalar y tragar cocaína. Se dirigieron hacia el sur. Pasando la rotonda de Limache, detuvieron el vehículo y desnudaron a la nena. Entre ambos la destrozaron en ambas intimidades.
Detrás de la escuela de San Luis tiraron la mochila de Melani. Antes del cementerio de La Silleta, los monstruos desviaron en dirección al norte. Hicieron descender a los niños, en total estado de shock.
Los tiraron al suelo. Indefensos, les destrozaron sus cabecitas a pedradas.
SEIS DÍAS DESPUÉS
La siesta del domingo 10 de mayo de 1998, un poblador de La Silleta, horrorizado, encontró los cadáveres de las criaturas.
ADMIRADORAS
En julio de este año, Torrico fue internado por un ACV. Debido a una sobredosis de Sildenafil, una droga para provocar erecciones. Definido como “pedófilo”, el sujeto recibía innumerables cartas de admiradoras. Algunas de ellas mantenían “visitas íntimas”, en su exclusiva celda